domingo, 18 de noviembre de 2007

HIMNOS HOMÉRICOS A ÁRTEMIS Y A SELENE



IX
A ÁRTEMIS

Celebra, oh Musa, a Ártemis, hermana del que hiere de lejos, virgen que se
complace en las flechas, criada juntamente con Apolo; la cual, después de abrevar sus caballos en el Meles, de altos juncos, conduce velozmente su carro de oro, a través de Esmirna, a Claros, abundante en viñas; donde se halla Apolo, el del arco de plata, aguardando a la que lanza a lo lejos y se huelga en las flechas.
Así, pues, regocíjate con este canto, y contigo todas las diosas; y yo, que te
celebro primeramente a ti y por ti comienzo a cantar, habiendo ahora comenzado por ti, pasaré a otro himno.


XXVII
A ÁRTEMIS
Canto a Ártemis, la del arco de oro, tumultuosa, virgen veneranda, que hiere a los
ciervos, que se huelga con las flechas, hermana germana de Apolo, el de la espada
de oro; la cual, deleitándose en la caza por los umbríos montes y las ventosas
cumbres, tiende su arco, todo él de oro, y arroja dolorosas flechas; y tiemblan las
cumbres de las altas montañas, resuena horriblemente la umbría selva con el
bramido de las fieras y se agitan la tierra y el mar abundante en peces; y ella, con
corazón esforzado, va y viene por todas partes destruyendo la progenie de las
fieras. Mas cuando la que acecha las fieras y se complace en las flechas se ha
deleitado, regocijando su mente, desarma su arco y se va a la gran casa de su
querido hermano Febo Apolo, al rico pueblo de Delfos, para disponer el coro
hermoso de las Musas y de las Gracias. Allí, después de colgar el flexible arco y las
flechas, se pone al frente de los coros y los guía, llevando el cuerpo graciosamente
adornado; y aquéllas, emitiendo su voz divina, cantan a Leto, la de hermosos
tobillos, y cómo parió hijos que tanto superan a los demás inmortales por su
inteligencia y por sus obras.
Salud, hijos de Zeus y de Leto, de hermosa cabellera; mas ya me acordaré de
vosotros y de otro canto.


XXXII
A LA LUNA
¡Oh Musas de suave voz, hijas de Zeus Cronida, hábiles en el canto! Enseñadme a
cantar la Luna, de abiertas alas, cuyo resplandor sale de su cabeza inmortal,
aparece en el cielo y envuelve la tierra, donde todo surge muy adornado por su
resplandor fulgurante. El aire oscuro brilla junto a la áurea corona y los rayos
resplandecen en el aire cuando la divina Luna, después de lavar su hermoso cuerpo
en el Océano, se viste con vestiduras que relumbran de lejos, unce los
resplandecientes caballos de enhiesta cerviz y acelera el paso de tales corceles de
hermosas crines, por la noche, a mediados del mes, cuando el gran disco está en
su plenitud y los rayos de la creciente Luna se hacen brillantísimos en el cielo;
indicio y señal para los mortales. En otro tiempo el Cronida unióse con ella en amor
y cama; y, habiendo ella quedado encinta, dio a luz la doncella Pandía, que
descollaba por su belleza entre los inmortales dioses.
Salve, reina, diosa de níveos brazos, divina Luna, benévola, de hermosas
trenzas; habiendo empezado por ti, cantaré las glorias de los varones semidioses,
cuyas hazañas celebran con su boca amable los aedos servidores de las Musas.

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