miércoles, 17 de octubre de 2007

CIBELES Y MAGNA MATER


Cibeles fue en su origen una diosa frigia adorada en Anatolia desde el período neolítico.

Era una Diosa Madre, cuyo culto adoptaron griegos y romanos, asociándola a Gea y Rhea.

Cibeles era la personificación de la fértil tierra, una diosa de las cavernas y las montañas, murallas y fortalezas, de la naturaleza y los animales.




Se la asociaba también a la diosa romana "Magna Mater", divinidad que se cree que hundía sus raíces en el paleolítico.

Cuenta la leyenda que Cibeles se enamoró perdidamente de un joven de gran hermosura llamado Atis, a quien nombró sacerdote de su templo en Pesinunte, Frigia (Anatolia).
En su condición de sacerdote, Atis estaba obligado a llevar una vida de castidad. Pero en una ocasión rompió su voto al enamorarse de la ninfa Sagaritis, con quien pretendía casarse.
Cibeles, llena de furia y celos, lo hizo enloquecer, hasta tal punto que Atis se castró a sí mismo, lo que le llevó a la muerte.
En torno a esta leyenda se originó una ceremonia religiosa en la que los sacerdotes de Cibeles ("galli"), quienes eran eunucos por deseo propio, ejecutavan unas danzas rituales en las cuales actuaban como si estuvieran posesos o enloquecidos, gritando, gimiendo, batiendo el tambor y entrechocando lanzas con escudos.
Dada la asociación entre Cibeles y Rhea también tendría sentido asociar estas danzas con los "curetes" que habían protegido a Zeus cuando todavía era un bebé (un grupo de hombres que bailaban y hacían ruido delante de la cueva donde éste estaba oculto, para que Cronos, su padre, no oyese los llantos del niño).

Cibeles gozó de un papel más preponderante entre los romanos que entre los griegos.
A instancias de los "Libros Sibilinos", libros oraculares de Roma, se llevó la estatua de Cibeles desde Pesinunte a Roma (204-205 a.C). Sobre su llegada se fraguó toda una leyenda; según parece, el barco que transportaba la estatua quedó varado en el fango del lecho del Tíber, y no había manera alguna de ponerlo de nuevo a flote.
Al mismo tiempo, en Roma, una vestal llamada Claudia se defendía contra la acusación de haber roto su voto de castidad y como prueba de su inocencia retó a los que la acusaban diciéndoles que si todavía era virgen, Cibeles le permitiría liberar el barco.
Claudia colocó su ceñidor en la proa del barco, que finalmente logró desencallar del fango.

A Cibeles solía representársela como a una imponente figura femenina con una corona en la cabeza, montada en un carro tirado por leones, los cuales, según la leyenda no eran otros que
Hipomedes(Melanión, en otras versiones) y Atalanta, pareja mitológica que compitió en nua carrera a pie, ya que Hipómenes, quien quería conseguir la mano de Atalanta, no cesaba de acosarla, y ella había dicho que solo se casaría con aquel que la venciese en una carrera. El astuto Hipómenes, inspirado por Afrodita, la diosa del amor, hizo caer al suelo unas manzanas de oro que atrajeron la atención de Atalanta y la distrajeron de la carrera, la cual perdió. El mito concluye con la unión impía de los amantes dentro de un templo de Zeus, quien, irritado, los convirtió en leones. Más tarde Cibeles, compadecida, los habría uncido a su carro.

La leyenda de Magana Mater es muy similar y probablemente la de Cibeles fuera una adaptación de ésta:
La Magna Mater, la fuente de vida, se enfureció contra su amante Attis (el dios de la vegetación), porque le había sido infiel. Presa de un ataque de celos, Magna Mater mató y castró a su amante, enterrándole a continuación bajo un pino. Tras llorar su muerte le devolvió la vida. Las estaciones reproducen esta historia: la vegetación se marchita en otoño, muere en invierno y revive en primavera, momento en el que tienen lugar las grandes ceremonias en honor de la Magna Mater.

Durante estas celebraciones se baila, se canta y se interpreta música. Los aspirantes al clero se castraban a sí mismos utilizando piedras, reproduciendo así el destino de Atis y ofreciendo su fertilidad a la Gran Madre. A continuación se excavaba un foso al que descendían los iniciados vestidos con togas blancas. Se colgaba sobre ellos un toro vivo y se procedía a su sacrificio. Los iniciados, cubiertos con la sangre del toro, se arrastraban fuera del foso habiendo ya "renacido" en el culto de la Magna Mater.
El culto hacia la Magna Mater llegó a occidente en torno al año 600 adC, procedente de Asia Menor.

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